En el contexto de la ciberseguridad, las entidades financieras, y más concretamente los bancos, han sido siempre un sector especialmente vulnerable y, por tanto, un foco de atención para los expertos y desarrolladores de seguridad (también para los cibercriminales, desgraciadamente).
Y es que el cajero automático es un dispositivo crítico en lo que a seguridad se refiere. A todos nos pueden sonar ataques como alunizajes, robos con excavadoras de los dispositivos completos o métodos como la instalación de cámaras o accesorios fraudulentos que captan tarjetas y números pin. También malwares como FiXS, Fastcash o Ploutus que, aunque menos conocidos en los entornos no profesionales y menos vistosos, son, de hecho, los responsables de la mayor parte de las pérdidas financieras. En total, se calcula que cada cajero ‘pierde’ (le roban) unos 500€ al año.
El reto, explicó Santolaya, es proteger y vigilar la seguridad de estos dispositivos clave para las organizaciones bancarias, lo que pueden conseguir pasando de un enfoque basado en la tecnología de la Información (IT) a un enfoque de Tecnología de la Operación (OT). El primero considera el ATM como un dispositivo de propósito genérico, barato y, por tanto, sujeto a amenazas generales, mientras que el enfoque propuesto por Auriga, basado en tecnología de la operación, apunta a considerar estos cajeros automáticos como un dispositivo de propósito específico, con necesidades de mantenimiento y uso de recursos propios y que, por tanto, pueden ser vulnerables a ataques dirigidos y mucho más destructivos como ataques tipo DoS, sabotajes, espionaje o fraude.
“Los bancos deben permanecer alerta ante los ataques a sus ATMs. Este tipo de incidentes puede causar no solo grandes pérdidas financieras, sino también un daño irreparable a su reputación. Implementar medidas de ciberseguridad robustas y realizar una gestión proactiva de las amenazas es esencial para proteger el acceso a los servicios bancarios y la confianza del cliente en la entidad financiera”,
concluyó Santolaya.